lunes, 19 de abril de 2010

Si estuviera pensando en aquella tarde cercana a primavera

Si estuviera pensando en aquella tarde cercana a primavera,
por mi pensamiento se estancaría, para no variar,
la nave adornada con sirena de su silueta,
mal recordada como hermosa y verdadera.

Si de un día para otro te pudiera borrar,
no buscaría más tu espectacular figura en los espectaculares,
ni tendría intentos frustrados al buscarte por las calles,
o juegos mecánicos de temática emocional.

Si entendiera de una vez que tu alegría se fugó
me daría cuenta de que las hojas siguen respetando
el llamado de la tierra, las manecillas no giran
al lado contrario y que no se ha acabado el amor con furor.

Si quisiera abrir los ojos de una vez, quitarme la venda
comprendería que mientras yo escucho canciones tristes
tu repartes caricias y palabras bonitas a los disque felices,
y también, que no valen la pena más noches sin sosiega.

Si no fuera víctima del deseo vehemente,
que se asentó en mi ser, de quererte a ti entre la gente
dejaría de comportarme como el borrico
y habría proporción entre el corazón y el raciocinio.

Si no hubiera decorado el recuerdo con pintura de aceite,
la huella que dejó en su camino a través de mí
ya se habría borrado en los días que alboreó la lluvia
y no estaría preguntándome por qué decidí pintar con óleo.

Si abusara de las rimas en infinitivo
y del pensamiento perezoso y cansado
escribiría un poema burdo e inexpresivo
o al menos desagradable al oído:

"Tenías ganas de jugar y yo las traía de soñar,
te decidiste a probar, posiblemente me iba a enamorar.
Cuando en una esquina te oía sollozar, dispuesto te iba a consolar…
pero tú tenías ganas de jugar y yo no me quise percatar."

Si el escritor, en su momento de aparto y desamor
me hubiera hecho llegar por lo menos con mensaje secreto,
que si Pedro, el príncipe, negó al Jesús, salvador,
tu no estabas cometiendo ningún exceso.

Si estuviera pensando en aquella tarde cercana a primavera,
recordaría que todo comenzó con una canción,
después, que todo siguió como mera verbena,
y al final, que todo terminó con dos sílabas frías de despedida.



José Amilcar Herrera Castro

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