sábado, 16 de abril de 2011

Teatro de sombras (La Reina Roja)

Por José Amilcar Herrera Castro

La compañía Vida Doble tiene sede en el teatro Mouvement —pronunciado más o menos Mufvmont—, edificio que habiendo sido construido tan sólo tres años atrás, aparenta más de quince debido al poco cuidado. Detrás del escenario están los camerinos, dos para evitar la mezcla entre hombres y mujeres y cuidar su privacidad, y la tramoya de metal; delante, el patio de butacas con acabado color café para simular madera, las gradas para acceder a la fila de asientos deseada y la puerta de entrada o salida. La descripción es muy pobre, de ello estoy consciente, pero la mención de zonas u objetos sin puesto en la historia me es irrelevante; más aún lo es el detallado de aquellos que sí lo tienen. Además, en este momento llega el elenco, dispuesto a ensayar por última vez el acto que presentarán dentro de pocas horas. Primero pasa el director, un hombre alto y delgado; las cejas inclinadas, las pestañas largas y los párpados caídos le dan un semblante triste y agotado. Detrás viene el primer actor, un joven fornido y de piel morena cuyos rasgos faciales revelan ascendencia asiática. Luego entra la única mujer; evitando formas poéticas que le hagan parecer un monstruo: piel de mármol o alabastro, cintura de avispa, ojos de zafiro u ónix incrustados sanguinariamente en las cuencas, cabello punzante de oro sólido, y andar de viento otoñal o felino indiferente, diré sólo que tiene el cabello suelto y es muy hermosa. Al último cruza el más bajo de todos; su amigable personalidad pide siempre a gritos una segunda impresión, pues la primera suele ser demeritada por la pesadez de su rostro. La relación que mantienen no va más allá del escenario, y hacia éste bajan sin emitir ruido alguno, más acompañados de lo que parece. Todos llevan consigo ese pedazo de oscuridad que, de acuerdo con la posición y la intensidad del foco luminoso, aumentará de tamaño o lo disminuirá, permanecerá pacífica o girará violentamente, se mostrará majestuosa o tambaleante. Sí, es la contraria, la sombra nuestra. (Lector u oyente, ahora le propongo tres opciones diferentes, partiendo de la que más libertad proporciona a la que menos: uno, usted puede dejar de leer o escuchar, salir de la habitación o cambiar de punto, y practicar cualquier actividad que se le antoje sin remordimiento; dos, ya le he otorgado un inicio, eso equivale a la tercera parte del trabajo si tomamos en cuenta que la introducción, el desarrollo y la conclusión tienen el mismo peso conceptual, haciendo uso de su imaginación deberá realizar las dos faltantes; tres, sencillamente seguirá mi historia, le informo que las partes del texto que se encuentren en letra negrilla corresponden a las acciones que puede imaginar, y las cursivas a los comentarios que hago, eso sí, sólo recomiendo esta opción si se encuentra leyendo. Si bien puede escoger cuantas opciones desee, e incluso crear las propias, el número no deberá de ser proporcional a la satisfacción o insatisfacción que llegue a experimentar, siendo ésta invariable una vez concluido lo estipulado en la primera elección).

Me permití la omisión del siguiente detalle, de fácil deducción dada la cadena de elementos «compañía Vida Doble, Mouvement, "Teatro de sombras"», hasta considerarlo pertinente. Sobre el escenario hay, en posición vertical, una tela blanca de al menos tres por dos metros, y a sus espaldas, apuntándole, un reflector previamente acomodado. Continuemos. El director apagó la iluminación del teatro e hizo que todo desapareciera en el fusco. Usted comprenderá que habiendo nuestras sombras experimentado los placeres que puede una persona, reinante la oscuridad migraran sin pensar a la pantalla blanca. Como entes aprendidos de la mecánica humana, y de gran trayectoria artística adquirida en quién sabe dónde, comenzaron la puesta en escena de un acto propio. El nombre fue revelado varias veces por medio de comentarios a ningún lado: La Reina Roja. Por otra parte, los artistas —que de ahora en adelante adquieren el nombre de «imbéciles» entendiéndose como falto de razón, sin sentido peyorativo— comenzaron la interpretación de «Percepciones», historia que narra las diferencias visuales con que es asimilado el entorno según sea de día o de noche y el terror que provocan sobre un niño de ocho años con dificultad para conciliar el sueño.

La sustancia de una sombra es bastante favorable cuando se quiere trabajar un acto escénico. Su superficie, que al ser tan cambiante —fija en el suelo, agigantada en el muro, trémula en el fondo de la pileta— no debiera llamarse así, imposibilita tanto a las ruborizaciones como a las inhibiciones con el color negro. La carencia de sexo biológico resta problemas a la asignación de personajes; no hay «Yo no quiero ese papel» ni «Vengo a interpretar a una hechicera, no a una mendiga», pues audicionan hasta que se revele para qué rol muestran más competencia. El reparto final quedó de la siguiente manera: a cargo del joven poeta, la sombra robusta; de la Reina Roja, la sombra del cabello suelto; de la hija, la sombra pequeña; del guardia, la sombra alta; los secundarios quedan a realización de cualquier sombra. Sin nada más que hacer o esperar, comenzó el montaje. La sombra alta, recordándonos el cuerpo que tanto tiempo había acompañado, dio una orden. Después de escucharla, la sombra robusta dio un paso al frente y comenzó a recitar el párrafo que, nuevamente, quién sabe dónde había memorizado. «De niño fue obligado por su padre a observar y aprender el oficio familiar. Algún día tendrás que trabajarlo, le decía con voz ruda. El procedimiento era sencillo: primero tomaba a uno por el cuello y lo colocaba de un azote encima de la mesa, desfalleciéndolo…» No terminó su línea cuando la sombra alta ya le había interrumpido reclamando una falta de intensidad. «... Luego agarraba las tijeras y rajaba el cuerpo —retomó la sombra—. Al mismo tiempo que brillaban las vísceras multicolores caía el rojo fluido. Conseguida su muerte podía desollarles; la piel es muy valiosa y cualquier pieza confeccionada con ella bien pagada. Finalmente los daba de comida a la bestia. Todo esto acabó por gestarle un inexplicable lirismo y provocarle un pavor a la sangre». ¡No, no, no! —gritó la sombra alta— Has vivido entre imbéciles tanto tiempo que ya te comportas como tal, la sombra hace lo que quiere, azota con brutalidad, corta intensamente a la víctima que desdeña, labora sin frenos compasivos; soy la sombra de un imbécil que desconoce la pasión y la exaltación —dijo la sombra robusta—, no he conocido la misma intensidad que usted; ¡Mentira! No digas tonterías, antes que la imbecilidad ya henchía la oscuridad el espacio terrestre y más allá, son los mismos imbéciles quienes han ligado nuestro territorio a su error, afirmando lo nuestro como producto de lo suyo, su sombra no eres, tu imbécil él es, ahora continúa. La sombra se rehusó. Muy bien —dijo la sombra alta dirigiéndose a la del cabello suelto— avancemos la historia hasta los festejos de la Reina Roja. «Como cada mes la Reina Roja había concluido con las preparaciones para el festival, que en esta ocasión tendría todavía más importancia. Desde su ostentoso trono ubicado al norte de la Plaza Mayor, examinaba, con excelsa minuciosidad de fémina gobernante, que cada uno de los espectáculos requeridos estuviera llevándose a cabo con las exigencias indicadas. Al fondo de la Plaza Mayor, un grupo de mujeres danzantes representaba bailes tradicionales. Con cada movimiento sonajeaban los medallones de oro que en las pieles chocaban como toqueteos, al mismo tiempo que las telas coloridas de sus vestimentas esbozaban la sensualidad de un segundo cuerpo que, pasado el tiempo, debía formar una copulación ilusoria. Para sorpresa de muchos, un borracho había logrado inmiscuirse en la coreografía. Con cada movimiento arrítmico, un paso y el torpe manotazo que continuaba, exponía risiblemente la gracia del hombre alienado en su debilidad, suscitando la alegría burlesca de los observadores.
«Más adelante se levantaban sendos postes de lado a lado que por medio de una cuerda cruzaban el zócalo. En ella caminaba un total de cinco funámbulos impávidos. El primero de ellos vestía un traje negro, pero adornado con lentejuelas para destellar ante el brillo solar; el segundo añadía una franja blanca que le cubría verticalmente la tercia parte del cuerpo; a su vez, el traje del tercero duplicaba la franja; y, finalmente, el cuarto avasallaba a la oscuridad con un fulgor níveo. El quinto poseía un atavío rojo adornado con piezas de bisutería. La importancia simbólica que caía sobre los hombros de éste último personaje le aumentaba la valía, haciendo que hasta las miradas más despistadas le iniciaran caza. El número circense terminaba con su voluntaria pérdida de equilibrio, y posterior muerte». La sombra alta quedó maravillada.

Pocos minutos faltaban para que la gente empezara a llegar. Aunque no estaban completamente preparados, los actores decidieron dar fin y limpiar el escenario; por su parte el director apagaría el reflector. ¡Rápido, salten a la conclusión, gritaba la sombra alta, el imbécil intenta apagar nuestro seguidor!... «El poeta caminaba por el largo pasillo con el guardia detrás. Con cada paso se teñían de rojo las blancas cortinas. Al fondo, la sala real. Sentada en su trono esperaba la Reina Roja, y a lado suyo la hija, que cubría sus piernas con una manta…». La mano del director estaba a punto de tocar el interruptor cuando la noche le cubrió e inmovilizó el cuerpo, alcanzando apenas a disparar un grito. «…Acerquen al afortunado —ordenó la Reina Roja—, pónganlo de rodillas. El guardia tomó al poeta y lo hincó. La Reina Roja se puso de pie y tomó de la mano de la pequeña niña, dejando la manta sobre el trono…». Los actores salieron inmediatamente; vieron el cuerpo muerto. Uno de ellos intentó examinar, pero la negrura también actuó sobre él. Los otros, aterrados, corrieron buscando un escape, pero sólo hallaron la misma suerte asesina en manos de las sombras afiladas.

Finalmente llegó la hora de la función. Se abrieron las puertas y los espectadores entraron. No hubo uno que no halagara la fantástica decoración o que, a falta de un letrero prohibitorio, se acercara a sentirla. Introducían sus dedos en las cuencas y palpaban las viscosidades, estiraban la piel para probar elasticidad e incluso un atrevido hundió la mano en las entrañas calientes. Fascinados tomaron asiento y prestaron atención a la singular narración. «Dos guardias alzaron a la pequeña. La Reina Roja le pidió que abriera las piernas. El poeta se tranquilizaba recordando la importancia del ritual. Sabía que su participación era necesaria; siendo el único versificador en el pueblo no podía escogerse a alguien más. Vio caer antes que nadie el primer sangrado, y aunque debió mantenerse quieto para recibirlo, no pudo evitar apartarse. Pero las gotas que rozaron su nariz fueron suficiente para hacerlo centellar mariposas y flores encendidas en una bella composición pirotécnica. La Reina Roja dijo, con palabras que no distinguían entre la felicidad y la rabia…».

(Evidentemente, situaciones e historias como ésta, en las que el hombre se enfrenta no con lo desconocido sino con lo ignorado, tienen finales de sencilla previsión. En un principio otorgué libertad para agregar y quitar, cambiar lo que se quisiera, hacer de mi historia la suya, pero la compañía Vida Doble y el teatro Mouvement fueron creados con un fin; por ello la conclusión no podía ser otra. Ahora, usted podrá pensar que he dejado una historia inconclusa… ¡Calla de una vez, imbécil!).


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