sábado, 7 de abril de 2012

Breve explicación

Por José Amilcar Herrera Castro


Extraña (constantemente, sin dar descanso a su memoria, extraña. El sujeto es taciturno y gris, ligero y frío como el verbo que acompaña; un fantasma cuya presencia se revela sólo en las consecuencias de sus acciones sobre el entorno. Se desplaza temiendo revelarse con un ruido accidental a quienes puedan turbarle la meditación, pero es preciso aclarar: si no se deformase hasta la repetición automática sería de veras fructífera) tanto (es una pena que la cantidad referida por este adjetivo se encamine igual a la grandeza que a la pequeñez, o como en este caso a la depresión. Reflexionar continuamente acerca de un mismo asunto, sin nosotros renovar las herramientas cada cierto tiempo, acaba por ahogarnos en una serie de recuerdos reales o ficticios que permiten el ordenamiento de hechos deseado, y justifican la solución querida no por ello menos falsa) a (la acción debe transitar hacia algún punto pese a la inmovilidad del personaje) su (título y poco más tienen los verdaderos errantes; si el individuo en cuestión poseyó alguna vez, fue esta sin lugar a dudas) mujer (no podía ser distinto. Contados motivos impelen la tristeza desmedida o el derrame de lágrimas en los hombres como la falta de una mujer. Ella, entre todas, la única que realmente fue suya y me ocupó más allá del cuerpo. ¿Cómo no extrañar su mano inusual, sus dedos anchos suavizados por mi visión? ¿Cómo no suspirar ante la falta del brillo de su cabellera engrasada y su perfume, el velo suyo que todo cubrió? Entre todas la única verdadera, entera y mía. Y aún hoy la amo, con su piel morena y sus labios oscuros como la tierra, ahora más claros; sus ojos negros y brillantes, portadores de la mayor provocación, ahora secos y lejanos) y sin embargo, volvería a matarla.